6 de julio de 2012

De todo un poco


PREMIO NÓBEL PARA JUAN 

Por Alfredo Leuco.
Yo me sumo. ¿Y usted, señor oyente? Yo firmo donde haya que firmar para que nuestro Juan Carr sea candidato al Premio Nóbel de la Paz. Sería un mensaje muy bueno de convivencia y ayuda mutua para todos los argentinos en estos tiempos de cólera. Yo me sumo. Me subo a esta humilde utopía. Me adhiero en el Facebook: ”Nominamos a Juan Carr al premio Nobel de la Paz 2012”. ¿Y a usted señora oyente, que le parece? Yo apoyo esta luminosa idea porque Juan es uno de los hombres más solidarios de la tierra. Parece que no tuviera odio. Que estuviera hecho de la madera más noble: la solidaridad. Su liderazgo multiplicó el voluntariado. Lo puso en un primer plano. Utilizó los medios de comunicación de la mejor manera: para sembrar y para unir. Dice que su gran descubrimiento es que los medios de comunicación salvan vidas. Que la información sana, abriga, educa, alimenta. Juan es de los que, igual que la Madre Teresa, creen que hay que dar hasta que duela. De los imprescindibles que luchan toda la vida, como pedía Bertold Brecht. Juan es el que no se cansa nunca. El que jamás baja los brazos. El que siempre va a al frente. Juan es un hombre tan común como su nombre. Pero tuvo un momento fuera de lo común. Hace 26 años que Juan produjo el milagro. Los médicos le diagnosticaron un cáncer terminal. “Te quedan solamente tres meses de vida” le dijeron casi a modo de epitafio. Juan no desesperó. No es un hombre fácil de vencer. Tal vez lo ayudó la fe que atesoró con los curas de San Miguel cuando era boy scout y decía: “siempre listo”. Tal vez su monumental fuerza de voluntad y su optimismo a prueba de balas. Pero lo cierto es que ese maldito cáncer empezó a recular ante tantas ganas de vivir y un día se fue del cuerpo de Juan para no volver nunca más. Todo era felicidad en la casa de Juan. Sus pacientes, las mascotas generaron un festival de ladridos y maullidos para celebrar la buena nueva de Juan, el veterinario. Su esposa María y sus hijos agradecían a Dios y María santísima. Juan se salvó de la muerte y cambió su vida. La dedicó a hacer el bien sin mirar a quien. Los científicos nunca se pudieron explicar que pasó dentro del cuerpo de Juan Carr que, para devolver tanta energía, fundó la Red Solidaria. Es una de las organizaciones de voluntarios más original, eficiente y sensible. No se casa con nadie y eso lo mantiene siempre independiente. No se casa con ningún partido, con ningún medio ni con ninguna marca. Solo se casa con sus semejantes. La Red es absolutamente transparente porque nadie toca dinero. Se trata básicamente de acercar a dos personas que necesitan. Una que necesita dar y otra que necesita recibir. Es la génesis de la solidaridad: ayudar a los demás para ayudarse a sí mismo. Creo profundamente en eso. Hacer el bien hace bien. El que ayuda se siente tan o más contento que el ayudado. Justifica su paso por el mundo. Siembra afecto y cosecha felicidades. La Red Solidaria fue creciendo hasta convertirse en una referencia nacional admirada internacionalmente. Fue consiguiendo de todo. Sangre, ladrillos, comida, computadoras, pañales, calefones, tapitas, semillas, abrazos, sillas de rueda, trabajos, ciudadanía, polenta y esperanza. No alcanzaría una vida para contar todo lo que la Red Solidaria construyó. Y la figura de Juan se hizo icono. Edificó su propia credibilidad. Se hizo garantía de transparencia. En esta Argentina cruzada por la crispación y el agravio Juan da un ejemplo de convivencia. Hace 15 años, en una de estas columnas dije que Juan Carr era un héroe civil y un prócer de la historia cotidiana. Y se da tiempo para todo. Para dar clases en el colegio secundario, para juntar distintas religiones, para capacitar líderes sociales y para gambetear en un picado con los amigos que suele terminar con algún vinito compartido, como corresponde. Guarda con unción una carta que la Madre Teresa de Calcuta le mandó para felicitarlo por su obra. Siempre reparte sonrisas con su frase de cabecera: “Que siga la fiesta” y parece que no descansa nunca. Es un partero de nuevas dignidades. Cada día hay mas voluntarios en la Argentina. Pero hay alguien que levanta la bandera bien alto: Juan Carr, el abanderado. Por eso yo me sumo. Para tratar de multiplicar las voces y fortalecer su candidatura. Un premio Nóbel para Juan es un premio, para todos los Juanes de esta tierra y de todas las tierras. Juan Solidario de la Paz, un espejo donde mirarnos. Casi un santo.

 Qué saludable es saber que de vez en cuando surgen seres humanos, tan humanos que siempre tienen en cuenta a su prójimo.

¡¡DIFUNDIR!!



Colaboración: Mabel Luncarini