14 de septiembre de 2009

Cine

Muy lamentablemente, falleció Patrick Swayze, el protagonista de la película "GHOST, LA SOMBRA DEL AMOR". Los románticos de hace ya muchos años atrás, saben de qué película hablo, y a los jóvenes, les recomiendo verla, sin duda se emocionarán mucho.
Este es un pequeño y sencillo homenaje para él, que nos hizo poner la piel de gallina, que nos hizo emocionar y conmover, tocando las fibras más profundas de nuestro ser.


Reflexiones


EL ULTIMO CARTUCHO


Ya sé que no ha de ser nada fácil, amigo mío. Sé que presentarse a una entrevista de trabajo, a competir con otros más jóvenes y preparados, cuando tienes medio siglo de almanaque y canas en la cabeza, no será el momento más feliz de tu vida. Probablemente las personas de quienes depende tu destino sean niñatos de diseño, de esos que se creen que siempre van a ser jóvenes y listos, e incombustibles, y desprecian a la gente sin adivinar lo que la vida les puede deparar. Tu experiencia no les importa, eso ya lo sabes. Quieren jóvenes de veinte años, sin cargas familiares, que hablen inglés y que parezca que no van a envejecer ni a morirse nunca.

Por eso te asusta pensar en lo de mañana. Miras a tu mujer, que plancha tu mejor camisa, y sientes que el miedo te agarrota el estómago. El día que dejó los estudios para casarse y seguirte en lo bueno y en lo malo, no imaginaste que ibas a terminar pagándole así. Mañana te pondrás esa camisa que ella plancha. Te la pondrás con una corbata y saldrás una vez más a probar suerte, con poca esperanza. Has trabajado toda tu vida, y verte en esta situación a los cincuenta y cuatro, con hijos y mujer a quienes debes darles de comer, es como caer de pronto en un pozo oscuro. Sé todo eso porque tu hijo, que es amigo mío, escribe de vez en cuando. O tal vez no es tu hijo quien escribe, sino que es otro hijo hablando de otro padre, pero en realidad se trata siempre de la misma historia. Y tu hijo me cuenta que la última vez estuviste un mes con la cabeza gacha, los ojos enrojecidos de haber llorado, sentado en el sofá como ausente, con la cara entre las manos, sin atreverte ni a salir a la calle de pura vergüenza.

Te preocupa principalmente lo que piensen tus hijos. Una mujer comprende, conoce y perdona. Los hijos, sin embargo, son crueles porque son jóvenes y todavía no saben lo que siempre se termina por saber. Los ves mirarte en silencio y crees que te desprecian por los años y por el fracaso. Por no salir nunca en el telediario. Por ser la estampa de la impotencia, la confirmación de que esta vida y este país son una piltrafa. Así que supongo que los hijos son lo peor. La mujer, al acostarse, te aprieta una mano antes de dormirse. Sabe cómo has peleado siempre, conoce lo que vales. Quizá sea la única que de veras lo sabe. Con ella la humillación es compartida, es soportable.

Y sin embargo, amigo, deberías leer la carta que me escribe tu hijo. Deberías comprobar con qué ternura y respeto habla de ti. Como sufre al saberse demasiado joven para serte útil, al no encontrar las palabras o los gestos adecuados. Porque ya sabes cómo es: torpe, desmañado, con esos pelos largos, siempre con la música a todo trapo, con esa forma de vida tan diferente a la de tus tiempos, que te parece la de un marciano. Lo que no sabes es que cuando te ve derrotado en el sofá con la cabeza entre las manos, le quema la boca y le laten las venas porque le gustaría tener facilidad de palabra, ser capaz de ir hasta ti, tocarte, decirte lo que de veras piensa. Y lo que piensa es que tengas ánimo, viejo, que no eres tan viejo, aunque él mismo te lo diga a veces. Que él no es tan niño ni tan bobo como parece, que sabe fijarse en las cosas que ve, y que te ha visto trabajar, e intentarlo una y otra vez, y querer a su madre, a él y a sus hermanos. Y sabe que eres el mejor, que eres la mejor persona, el hombre más decente y trabajador que ha conocido en su vida. Que eres su padre y lo serás siempre, tengas trabajo o no lo tengas. Que las mejores lecciones de su vida se las diste siempre, y no con lo que decías: haz esto o no hagas lo otro, sino con lo que él te vio hacer. Y cuando, tarde o temprano, tenga que cerrarte los ojos -y ojalá te los cierre él- sin duda podrá decir en voz alta: "era un buen padre y era un hombre honrado".

Así que, como dicen mis paisanos de Cartagena, no te disminuyas, amigo. Mañana te pones esa camisa planchada por tu mujer y te vas a la entrevista de trabajo con la cabeza muy alta, y si no le gustas a la persona que está de turno, se lo pierde. Y si fracasas otra vez, síguelo intentando mientras puedas. Y cuando ya no puedas más, bueno, hasta ahí llegaste, compañero. No hay nada deshonroso en el soldado que enciende un cigarrillo y levanta las manos, si antes ha peleado bien a la vista de los suyos, si antes ha disparado su último cartucho.


Autor: Arturo Pérez-Reverte
Colaboración: Crapaam