16 de octubre de 2011

Actualidad

A todas las madres en su día

Mi viejita

Venga mi viejita, venga aquí a mi lado,
quiero que charlemos de cosas, de historias...
las tuyas, las mías, las bellas, las otras,
las cosas del alma.
Observo tu pelo, color gris plateado,
refleja los años, los años pasados.
Mira esas arrugas, testigos del tiempo,
cada una de ellas conoce su dueño.
Sírvame otro mate con esas manitas...
ellas son las mismas que me acariciaban,
las que la mejor comida cocinaban,
las que arreglaban mi ropa estropeada;
hoy están cansadas y tímidamente
recorren mi rostro,
que apenas distinguen tus pesados ojos,
esos ojos lindos, esos ojos puros,
llenos de esperanzas, colmados de asombro.

Ellos descubrían mi alma apenada,
mis luchas, secretos, angustias, silencios...
Tú siempre supiste lenguajes del alma,
ese que hoy me sirve para hablar contigo,
el que siempre ayuda a decir
las cosas que salen de adentro,
que vienen del cielo, que huelen a limpio,
que saben a dulce.
Te veo encorvada, tu espalda pequeña,
tus hombros caídos, tu cintura breve,
el paso es más lento y tu voz bajita...
¡pero eso qué importa! Terminaste tu obra:
tiene treinta años, o quince, o cincuenta,
eso es lo que cuenta.
No... no apure su paso, hoy no es necesario,
ya todo está hecho, la mesa está puesta,
la ventana abierta.
¿Y sabe una cosa? Le traje unas rosas,
las que le gustan: las rojas, las blancas...
Tráigame un florero, en él las pondremos,
y cuando se sequen guárdelas con celo
en aquel librito en donde guardaba
las rosas del Viejo...
Vamos a la mesa, ya todos te esperan,
hoy eres la reina, del día la dueña,
como dueña eres de toda esta historia...
historia de la que todos también somos parte:
todos los que estamos y los que se fueron.
Aquí está su copa, tómela en sus manos,
y brinde conmigo, con ellos, con todos...
Venga mi viejita, siéntese a mi lado, sigamos hablando...


Susana Berberian, Argentina